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Un Belga en Argentina – Aprender Castellano

¿De qué trata?

Un Belga en Argentina

«Aprender Argentino no es fácil»

Un Belga en Argentina

Tremendo lo que dijo mi profe de español sobre el castellano de Argentina. No podía estar más errado. El verano antes de venir a Argentina, viajé a Guatemala, donde tomé clases de español en privado, seis horas por día. Al final, le pregunté a mi profe: “Che, ¿voy a poder entender todo en Argentina?” Me dijo que sí, que lo único es que los argentinos hablan con el voseo y que cantan cuando hablan. ¿Cantan? Igual, lo más grosero fue que se olvidó del lunfardo, los dichos, y que la y griega y doble ele se pronuncian como «she she she». Al principio, lo único que yo escuchaba era: vamos a una parrilla, vamos a comer morcilla, molleja, pollo, chinchulines.

¿Qué sabía sobre Argentina antes de venir? Casi nada. Recuerdo estar en la playa de Bélgica, trabajando como guardavidas, cuando mi colega, que se llamaba Kristof, igual que yo pero con doble ‘f’, me cuestionó sobre Buenos Aires y Argentina. Nada. Casi nada: carne, tango, Patagonia, mujeres bellas y, por supuesto, el fútbol y Maradona. Me encantaba la idea de vivir un Mundial en un país con posibilidades reales de ganarlo. ¡Lástima que justo en el 2002 Argentina se quedó afuera en primera ronda!

Cuando conté que venía a Argentina a mi madre, se le transformó la cara. Ella siempre me había apoyado en mi deseo de hacer un intercambio, pero su expectativa era un país más o menos cerca como España o Inglaterra, ¡no Argentina! Me preguntó: “¿Por qué tan lejos?” Todavía no sé muy bien por qué quería ir tan lejos. También me dijo: “¿Vas a volver, no?” “Sí, sí, obvio,” le dije. “¿Qué pensás, que me voy a quedar a vivir en un país totalmente extraño a 11.000 kilómetros?” Acá estoy.

El aterrizaje en Buenos Aires fue una mezcla de emociones: nervios, emoción y una sensación de aventura que nunca antes había sentido. La ciudad me recibió con un caos encantador. Las avenidas llenas de gente, el sonido constante de los autos, y el bullicio de una ciudad que nunca duerme. Desde el primer momento, supe que estaba en un lugar único.

Mi primera semana fue un torbellino de nuevas experiencias. La comida fue un descubrimiento constante: probé empanadas, choripán, y, por supuesto, asado. Cada bocado era una revelación y una confirmación de que estaba en el lugar correcto para una aventura gastronómica. Pero más allá de la comida, lo que realmente me sorprendió fue la gente. Los argentinos son cálidos, abiertos y siempre dispuestos a compartir una buena historia o una copa de vino.

El español argentino, sin embargo, fue un desafío. A pesar de mis clases intensivas en Guatemala, me encontré perdido en medio de conversaciones que parecían una mezcla de italiano, español y algo más. El lunfardo, ese argot porteño lleno de palabras como “laburo” (trabajo) y “mina” (chica), me confundía constantemente. Pero con paciencia y humor, mis nuevos amigos me enseñaron a navegar el lenguaje y a entender sus matices.

Con el tiempo, Buenos Aires se convirtió en mi hogar. Caminaba por las calles de Palermo, me perdía en las librerías de Corrientes y disfrutaba de largas charlas en los cafés de San Telmo. Cada barrio tenía su propio encanto y descubrí que la ciudad era una caja de sorpresas inagotable. Un día podía encontrarme en un mercado de pulgas, y al siguiente, en una milonga, aprendiendo los pasos básicos del tango.

Uno de los momentos más inolvidables fue mi primer viaje fuera de Buenos Aires. Decidí ir a la Patagonia, un destino del que había oído maravillas. La vastedad de los paisajes, los glaciares imponentes y la sensación de estar en el fin del mundo me dejaron sin aliento. Visité el glaciar Perito Moreno, donde el crujido del hielo al romperse resonaba como una sinfonía natural, y exploré los senderos de El Chaltén, la capital del trekking.

Mis viajes no se detuvieron ahí. Fui a las cataratas del Iguazú, una maravilla natural que superó todas mis expectativas. La fuerza y majestuosidad de las cascadas me hicieron sentir pequeño y asombrado ante la naturaleza. También visité Mendoza, donde recorrí viñedos y disfruté de algunos de los mejores vinos del mundo. Cada viaje me ofrecía una nueva perspectiva de este país tan diverso y lleno de contrastes.

A medida que pasaban los años, mi relación con Argentina se profundizaba. Conocí a una chica argentina y, como bien dicen acá: “Un pelo de concha tira más que una yunta de bueyes.” Entre idas y vueltas, decidí quedarme. Trabajé en turismo, comenzando con un empleo en negro de 500 pesos, hasta que abrí mi propia agencia de viajes, Kristof Travel. Durante siete años, traje turistas de Europa, principalmente de Bélgica y Holanda, para que descubrieran las maravillas de Argentina.

Hoy en día, tengo un club de comedia llamado Stand Up Club, donde comparto mis aventuras y desventuras como ‘Un Belga en Argentina’. Mis hijas, mitad belgas, mitad argentinas, son la razón principal por la que sigo aquí. Quiero que crezcan en un lugar donde la calidez humana es palpable, donde las relaciones son cercanas y donde puedan disfrutar de una vida llena de alegría y espontaneidad. Argentina, con todas sus sorpresas y desafíos, se ha convertido en mi hogar y en el lugar donde he encontrado mi verdadero yo.

El Belga Kristof

Soy el dueño de Stand Up Club, soy comediante y doy clases de Stand Up. Vivo en Argentina hace casi 20 años.

Vení a reírte con mis (des)aventuras en Argentina 

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Si, Mi Amor - Stand Up de Pareja

No sé si viviré el resto de mi vida en Argentina. Hoy por hoy te diría que sí pero quién sabe que puede pasar en el futuro.

Si querés saber más sobre el Belga Kristof: saber más de mí

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